A menudo asociamos el término innovación con el de cambio. Innovar significa transformar procesos, emplear nuestra creatividad e ingenio para dar con nuevas ideas y aplicar esta «evolución» en nuestra vida diaria y en el lanzamiento y desarrollo de proyectos empresariales.
La Comisión Europea definió el
concepto de innovación en el Libro Verde publicado en 1995. Tras explicar que
innovar es sinónimo de producción, asimilación y explotación exitosa de la
novedad en esferas económicas y sociales.
Esta definición implica que la
innovación se refiere tanto al proceso como a su resultado, ya sea en forma de
producto o de servicio. Para comprender cómo podemos transformar ideas y
mejorar nuestros proyectos, diversos investigadores han estudiado y
desarrollado diferentes modelos de innovación. Éstos son algunos de los más
conocidos:
Modelos lineales: el impulso
tecnológico y el tirón de la demanda.
Según estos modelos, cuando se
produce un descubrimiento científico el conjunto de sucesos que ocurren después
sigue una linealidad, puesto que la investigación se concibe en este caso como
fuente de innovación. Tras el hallazgo veríamos la fase de I+D aplicada, el
desarrollo tecnológico y la fabricación y comercialización del producto o
servicio.
Modelos mixtos: la
retroactividad también es importante.
En este caso, la innovación se
contempla como una suma de fuerzas, ya que la investigación y la sociedad pueden
impulsar por igual la I+D+i. Su planteamiento surgió a mediados de los setenta,
y uno de los más conocidos es el modelo de Kline o modelo de enlaces en cadena.
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